En un pequeño pueblo vivía Juan P……era una persona considerada de poca inteligencia, se ganaba la vida haciendo mandados, lavando coches, pintando casas.
Diariamente Juan era convocado por los parroquianos del bar, y le pedían escoger entre dos monedas: una de tamaño grande de 400 reales y otra de menor tamaño de 2000 reales, él siempre elegía la más grande y menos valiosa, lo que era motivo de risas para todos.
Un día, un viajero observó al grupo de parroquianos divertirse con el inocente hombre, le llamó aparte y le preguntó si todavía no había percibido que la moneda de mayor tamaño valía menos y este le respondió:
Lo sé, no soy tan pendejo, vale cinco veces menos, pero el día que escoja la otra, el jueguito se acaba y no voy a ganar más mi moneda, así que los pendejos son ellos ya que 400 reales por 365 días resultan en 146,000 reales por año.
Esta historia podría concluir aquí, como un simple chiste, pero se pueden sacar varias moralejas:
La primera: quien parece pendejo, no siempre lo es.
La segunda: ¿Cuáles eran los verdaderos pendejos de la historia?
La tercera: una ambición desmedida puede acabar cortando tu fuente de ingresos.
Pero la conclusión más interesante es:
Podemos estar bien, aun cuando los otros no tengan una buena opinión sobre nosotros. Por lo tanto, lo que importa no es lo que piensan de nosotros, sino lo que uno piensa de sí mismo.
El verdadero hombre inteligente es el que aparenta ser pendejo delante de un pendejo que aparenta ser inteligente.