Max Born, físico matemático ganador del premio Nobel en 1954, es considerado uno de los científicos más importantes del siglo XX, fue maestro de 9 físicos ganadores del Nobel, y además un gran amigo de Albert Einstein.
Born recibió de su padre un consejo que siguió siempre, “nunca te especialices”, por ello jamás dejó de estudiar música, arte, filosofía y literatura.
Precisamente el seguir este consejo alimentaba su pensamiento ético.
Pensaba que ningún científico debía permanecer neutral ante las consecuencias de su trabajo, le horrorizaba el que de la ciencia que había ayudado a desarrollar, los gobernantes estuvieran generando una enorme cantidad de aplicaciones militares.
Escribió, “La ciencia en nuestra época, tiene funciones sociales, económicas, políticas, y por muy alejado que esté el propio trabajo de la aplicación técnica, es un eslabón en la cadena de acciones y decisiones que determinan el destino de la raza humana”
Y aclaró, “este destino se encamina hacia una pesadilla porque, el intelecto distingue entre lo posible y lo imposible, la razón distingue entre lo sensato y lo insensato. Hasta lo posible puede carecer de sentido”
En uno de sus ensayo escribió sobre lo que consideraba la única esperanza para la supervivencia de la humanidad, “Nuestra esperanza, se basa en la unión de dos poderes espirituales: la conciencia moral de la inaceptabilidad de una guerra degenerada en el asesinato en masa de los indefensos y el conocimiento racional de la incompatibilidad
de la guerra tecnológica con la supervivencia de la raza humana”, o sea, si el hombre quería sobrevivir debía renunciar a la agresión.
Nos dejó esta frase que define cuál es “la raíz de todos los males”
“La creencia de que sólo hay una verdad, y que uno mismo está en posesión de la
misma, es la raíz de todos los males del mundo”.